El 20 de diciembre de 1940, en el Hospital de Bellavista, fallecía de paludismo una humilde joven, inmigrante andina, de solo 26 años. Sin funeral previo, fue enterrada en una fosa común del Cementerio Baquíjano del Callao. Al año siguiente, su padre plantaría en ese lugar una cruz con su nombre y su foto, ante la cual vecinos y conocidos vendrían los domingos, a rezarle y pedirle interceda por ellos... El nombre de la muchacha: SARITA COLONIA.
Su nombre completo era Sara Colonia Zambrano. Nacida en Belén (Ancash) el 1° de marzo de 1914, fue hija del carpintero Don Amadeo Colonia y de su segunda esposa, Rosalía Zambrano, así como hermana mayor de Hipólito, Esther y Rosa. En 1924 la familia Colonia viaja a Lima, estableciéndose por cuatro años en el distrito de Barrios Altos.
Estudiando, junto con su hermana Esther, en el colegio Santa Teresita de Mavillac, Sarita ve nacer su vocación religiosa. Pero una enfermedad de su madre obliga a toda la familia a regresar a Huaraz. Cuatro meses después, Rosalía falleció.
En 1930, ya con dieciséis años, Sarita regresa junto con su padre a Lima, donde trabaja como sirvienta de una familia italiana. En 1933 comienza trabajar en una pescadería, propiedad de una tía, en el Mercado Central. Es en esta etapa de su vida que comienza a practicar la caridad cristiana con el prójimo, así como entregarse a la oración.
Poco a poco, la veneración a la difunta Sarita Colonia fue creciendo. Fueron sus mismos fieles quienes evitaron que la fosa común donde yacía fuese arrasada en una remodelación del cementerio. Comprando ese terreno, se levantó (con dinero donado por sus devotos) un mausoleo que es administrado por sus hermanos, donde recibe diarias visitas de quienes han recibido algún milagro de su parte.
Pese a todo, ya figura como santa en el fervor popular. Y ya no solo en el Callao sino a nivel nacional, y hasta internacional, ella siempre será “la protectora de los pobres y marginados”.
Eduardo Guzmán Novoa
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